El apoyo mutuo es un concepto formulado por el escritor anarcocomunista ruso Piotr Kropotkin, hacia finales del siglo XIX. Fue una respuesta a la interpretación política de los escritos de Charles Darwin. Ante la selección natural y la supervivencia de los más aptos del darwinismo, Kropotkin defendía que la cooperación y la ayuda mutua son igual de importantes para la evolución de una especie.
Se entiende como apoyo mutuo la cooperación, el trabajo en equipo, desde la reciprocidad. Comporta un beneficio por los que se ayudan entre si, cooperan y lo integran. Además de ser uno de los pilares de la teoría anarquista, la ayuda mutua está relacionada con el asociacionismo, el cooperativismo, el mutualismo y diferentes formas organizativas.
Un ejemplo práctico de esta teoría son las redes de apoyo mutuo aparecidas al inicio de la pandemia de la COVID, con el confinamiento iniciado el marzo de 2020. Estas redes son autogestionadas y asamblearias. En algunos casos, se opta por no recibir ayuda ni de las administraciones ni de ninguna entidad religiosa o política.
El 13 de marzo de 2020, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, anunciaba el estado de alarma que sería implementado el día siguiente. Este mismo día y los siguientes, aparecían en Twitter las redes de apoyo mutuo con la intención de ayudar a las vecinas y vecinos afectados por la COVID. Embrionadas al tejido asociativo, la idea central era que la comunidad no puede dejar sola a ninguna vecina, durante el tiempo que dure el confinamiento.
A quien más necesitaba la ayuda, se le ofrecía llevar la compra a casa, tener cura de los niños y personas mayores, asesoramiento laboral, apoyo de vivienda, ayuda contra la violencia de género, o pasear el perro. Se dio mucha importancia a la comunicación en las redes sociales, pero en las escaleras de vecinas y vecinos se podían encontrar folletos informativos donde inscribirse, para ofrecer y recibir ayuda.
Al poco de iniciar su actividad, coincidiendo con el endurecimiento de las medidas contra el COVID, empezaron los conflictos con los Mossos y la Guardia Urbana de ciudades como Barcelona, policías encargadas de velar por el cumplimiento de las medidas restrictivas y los recortes de libertades en las calles. Se pusieron multas a algunas de las personas que colaboraban en las redes. Esto no las paró, pero las hizo sentir criminalizadas y perseguidas, a pesar del trabajo solidario que hacían.
El confinamiento y el cierre de empresas y negocios, el retraso del cobro de los ERTE, agravó la crisis económica. Hacia finales del mes de abril, la situación de las unidades de convivencia más vulnerables y de las personas sin hogar era ya de emergencia alimentaria. Esto hizo que las redes se fueran especializando cada vez más en este tipo de apoyo.
Con la llegada del verano y el fin de los estados de alarma, algunas de las redes fueron apagando su actividad. Además, el Banc d’Aliments, su gran proveedores de alimentos, dejó de colaborar con las redes, al pedir unos requisitos que la mayoría de ellas no estaban dispuestas a aceptar.
Las redes que han continuado activas han buscado varias formas de supervivencia, como son las aportaciones económicas en cuenta corriente, pidiendo colaboración a las puertas de los mercados y supermercados, poniendo puntos de recogida en tiendas, o haciendo aprovechamiento de alimentos y de excedentes.
Uno de los debates existenciales más importantes dentro de estas organizaciones está relacionado precisamente con su esencia, con el apoyo mutuo y su aplicación real. Las redes son el barrio que no quiere dejar atrás nadie, una manera de entender la solidaridad que las diferencia del asistencialismo institucional o de la caridad religiosa. Por otro lado, la teoría dice que, desde la reciprocidad, cada cual aporta su conocimiento y esfuerzo, así como sus necesidades. Por lo tanto, en la ayuda mutua que beneficia solidariamente a quién participa. En consecuencia, las personas que reciben las cestas de alimentos también tienen que responsabilizarse de la actividad de las redes.
Hay una gran horizontalidad e igualdad entre las personas miembros y se ha huido de la idea de separar a las personas que componen las redes en voluntarias y usuarias. La participación activa de las unidades de convivencia o familias que reciben los alimentos es baja, si se tiene en cuenta al volumen total de personas atendidas. Muchas de las que trabajan activamente son personas que aportan apoyo sin una contrapartida material.
Las asambleas, la recogida y compra, organizar y repartir alimentos, la actividad en general, puede requerir un número importante de personas con una buena disponibilidad horaria. Por ejemplo, la Xarxa d’Aliments del Poblenou, atiende a unos ciento veinte unidades familiares, más de cuatrocientas personas, tiene treinta personas activas y, recurrentemente, se interpela a las «familias», para que colaboren más activamente porque el esfuerzo es considerable.
Además de las diferencias culturales que dificultan la comunicación, estas «familias» tienen realmente posibilitados de participar, o sus circunstancias lo hacen inviable? Es una pregunta que hay que hacerse. Por ejemplo, según explican a su cuenta de Twitter, las Xarxes de Suport Mutu de BCN, se sabe que el 15% de las unidades familiares atendidas son monomarentales y que el 80% de las unidades de convivencia que reciben apoyo tienen a una mujer como referente, que es quien tiene la responsabilidad de las curas y de buena parte del trabajo doméstico. De las más de 1.300 vecinas y vecinos de Barcelona sin hogar, un tercio están en situación administrativa irregular. Una parte de estas, son atendidas por las redes. También existen factores menos cuantificables que tienen influencia en la participación: Son la vergüenza o el miedo y el racismo que afecta a personas racializadas, de otras culturas y confesiones religiosas. Personas diferentes del estándar blanco, europeo y cristiano.
Para definir el modelo de las redes, el conocimiento de la realidad de estas personas es fundamental. Quizás no tan idealizado, pero que no renuncie a la utopía ni mucho menos a hacer pedagogía. Un modelo laico, que parte de las vecinas y del mismo entorno, que visibiliza las necesidades y las urgencias que se pueden encontrar cerca, en la puerta del lado y cada día por la calle. Que denuncie las desigualdades que se reivindica a sí mismo y exija a las administraciones se hagan bien su trabajo, que se hagan cargo de aquello que los corresponde.
Imágenes de la Xarxa d’Aliments del Poblenou













